"La
Virgen Inmaculada...
asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial
asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial
fue
ensalzada por el Señor como Reina universal,
con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo,
Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte".
con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo,
Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte".
El pueblo cristiano, movido de un
certero instinto sobrenatural, siempre reconoció la regia dignidad de la Madre
del "Rey de reyes y Señor de señores". Padre y Doctores, Papas y teólogos se
hicieron eco de ese reconocimiento y la misma halla sublime expresión en los
esplendores del arte y en la elocuente catequesis de la liturgia. Al ser Madre
de Dios, María aparece adornada por Él con todas las gracias, frescas y títulos
más nobles. Fue constituida Reina y Señora de todo lo creado, de los hombres y
aún de los ángeles. Es tan Reina poderosa como Madre cariñosa, asociada como se
halla en la obra redentora y a la consiguiente mediación y distribución de las
gracias.
Quiere la Iglesia que oigamos la
voz de María pregonando agradecida a Dios los singulares privilegios de que la
colmó. El Evangelio anuncia el Reino de Cristo, de donde fluye también el
reinado universal de María. Esta fiesta litúrgica fue instituida por Pío XII, y
se celebra ahora en la octava de la Asunción, para manifestar claramente la
conexión que existe entre la realeza de María y su asunción a los cielos. La
piedad del medievo fue la que comenzó en Occidente a saludar con el título de
Reina a la Santísima Virgen Madre de Dios, invocándola con las palabras: Salve,
Reina caelorum; Reina caeli, laetare. Dios todopoderoso, que nos has dado como
Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por
su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos.
Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
SALVE
Dios
te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra;
Dios te salve. A Tí llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos,
gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada
nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este
destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clemente, oh
piadosa, oh dulce Virgen María!
V.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
R.
Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor
Jesucristo.
Amén.
Amén.
HIMNO
Reina
y Madre, Virgen pura,
que
sol y cielo pisáis,
a
vos sola no alcanzó
la
triste herencia de Adán.
¿Cómo
en vos, Reina de todos,
si
llena de gracia estáis,
pudo
caber igual parte
de
la culpa original?
De
toda mancha estáis libre:
¿y
quién pudo imaginar
que
vino a faltar la gracia
en
donde la gracia está?
Si
los hijos de sus padres
Toman
el fuero en que están,
¿cómo
pudo ser cautiva
quien
dio a luz la libertad? Amén.
ORACIÓN
Dios
todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu
Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria
de tus hijos en el reino de los cielos.
Reina
dignísima del mundo, María Virgen perpetua, intercede por nuestra paz y salud,
tú que engendraste a Cristo Señor, Salvador de todos.
Por
nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
EDUARDO LUZ
Tarotista, Astrólogo
y Vidente
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