"Si queréis
recibir la vida del Espíritu Santo,
conservad la caridad,
amad la verdad y desead la unidad
para llegar a la eternidad”.
conservad la caridad,
amad la verdad y desead la unidad
para llegar a la eternidad”.
"Tarde te amé,
hermosura tan antigua y tan nueva...
¡Tarde te amé!
¡Tarde te amé!
Tú estabas dentro de
mí y yo fuera...
y por fuera te buscaba...".
y por fuera te buscaba...".
"Nos hiciste,
Señor, para ti y nuestro corazón
estará insatisfecho hasta que descanse en Ti...".
estará insatisfecho hasta que descanse en Ti...".
"La medida del
amor es el amor sin medida...".
San Agustín de Hipona (354-430),
es el más grande de los Padres de la Iglesia y uno de los más eminentes
doctores de la Iglesia occidental, nació en el año 354 en Tagaste (Argelia
actual). Su padre, Patricio, un pagano de cierta estación social acomodada, que
luego de una larga y virulenta resistencia a la fe, hacia el final de su vida
se convierte al cristianismo. Mónica,
su madre, natural de África, era una de vota cristiana, nacida a padres
cristianos. Al enviudar, se consagró totalmente a la conversión de su hijo
Agustín.
Lo primero que enseñó a su hijo
Agustín fue a orar, pero luego de verle gozar de esas santas lecciones sufrió
al ver cómo iba apartándose de la Verdad hasta que su espíritu se infectó con
los errores maniqueos y, su corazón, con las costumbres de la disoluta Roma.
"Noche y día oraba y gemía con más lágrimas que las que otras madres
derramarían junto al féretro de sus hijos", escribiría después Agustín en
sus admirables Confesiones. Pero Dios no podía consentir se perdiese para siempre
un hijo de tantas lágrimas. Mónica murió en Ostia, puerto de Roma, el año de
387, asistida por su hijo.
Agustín se educó como retórico en
las ciudades norteafricanas de Tagaste, Madaura y Cartago. Entre los 15 y los
30 años vivió con una mujer cartaginesa cuyo nombre se desconoce, con quien
tuvo un hijo en el año 372, llamado Adeodatus, que en latín significa regalo de
Dios. Inspirado por el tratado Hortensius de Cicerón, Agustín se convirtió en
un ardiente buscador de la verdad, que le llevó a estudiar varias corrientes
filosóficas. Durante nueve años, del 373 al 382, se adhirió al maniqueísmo,
filosofía dualista persa, muy extendida en aquella época por el imperio romano.
Su principio fundamental es el
conflicto entre el bien y el mal, y a Agustín el maniqueísmo le pareció una
doctrina que parecía explicar la experiencia y daba respuestas adecuadas sobre
las cuales construir un sistema filosófico y ético. Además, su código moral no
era muy estricto; Agustín recordaría posteriormente en sus Confesiones:
"Concédeme castidad y continencia, pero no ahora mismo".
Desilusionado por la imposibilidad de reconciliar ciertos principios
maniqueístas contradictorios, Agustín, abandona la doctrina y decide por el
escepticismo.
En el año 383 se traslada de
Cartago a Roma, y un año más tarde se va a Milán como profesor de retórica.
Allí se mueve en círculos neoplatónicos. Allí también conoce al obispo de la
ciudad, al gran Ambrosio, la figura eclesial de mayor renombre por santidad y
conocimiento de aquel momento en Italia. Ambrosio le recibió con bondad y le
ilustró en las ciencias divinas. Y así, poco a poco, renace en Agustín un nuevo
interés por el cristianismo. Su mente, tan prodigiosa, inquita y curiosa, va
descubriendo la Verdad que hasta ahora le había eludido, sin embargo, vacilaba
en su compromiso por debilidades de la carne, temía comprometerse porque sabía
que tendría que reformar su vida disoluta, y dejar atrás muchos gustos y
placeres que tanto le atraían.
Rezaba a menudo, "Señor,
dame castidad, pero no ahora. "Pero un día, según su propio relato,
escuchó una voz, como la de un niño, que le decía: Tolle et legge (toma y lee).
Pero, al darse cuenta que estaba completamente solo, le pareció inspiración del
cielo y una exhortación divina a leer las Santas Escrituras. Abrió y leyó el
primer pasaje que apareció al azar: "…no deis vuestros miembros, como
armas de iniquidad al pecado, sino ofreceos más bien a Dios como quienes,
muertos, han vuelto a la vida, y dad vuestros miembros a Dios como instrumentos
de justicia. Porque el pecado no tendrá ya dominio sobre vosotros, pues que no
estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia" (Rom 13, 13-14). Es entonces
cuando Agustín se decide, y sin reserva, se entrega en alma y cuerpo a Dios,
siguiendo su ley y explicándola a otros. A los 33 años de edad recibe el santo
bautismo en la Pascua del año 387. Su madre que se había trasladado a Italia
para estar cerca de él, se llenó de gran gozo.
Agustín, ya convertido, se
dispuso volver con su madre a su tierra en África, y juntos se fueron al puerto
de Ostia a esperar el barco. Pero Mónica ya había obtenido de Dios lo que más
anhelaba en esta vida y podía morir tranquila. Sucedió que estando ahí en una
casa junto al mar, por la noche, mientras ambos platicaban debajo de un cielo estrellado
de las alegrías que esperaban en el cielo, Mónica exclamó entusiasmada:
"¿Y a mí que más me puede amarrar a la tierra? Ya he obtenido mi gran
deseo, el verte cristiano católico. Todo lo que deseaba lo he conseguido de
Dios". Pocos días después le invadió una fiebre y murió. Murió pidiendo a
su hijo "que se acordara de ella en el altar del Señor". Murió en el
año 387, a los 55 años de edad.
Agustín regresó al norte de
África y fue ordenado sacerdote el año 391, y consagrado obispo de Hipona (ahora
Annaba, Argelia) en el 395, a los 41 años, cargo que ocuparía hasta su muerte.
Fue un periodo de gran agitación política y teológica; los bárbaros amenazaban
el imperio romano llegando incluso a saquear a Roma en el 410, y el cisma y la
herejía amenazaban internamente la unidad de la Iglesia. Agustín emprendió con
entusiasmo la batalla teológica y refutó brillantemente los argumentos paganos
que culpaban al cristianismo por los males que afectaban a Roma.
Combatió la herejía maniqueísta y
participó en dos grandes conflictos religiosos, el uno contra los donatistas,
secta que sostenía que eran inválidos los sacramentos administrados por
eclesiásticos en pecado. El otro, contra las creencias pelagianas, seguidoras
de un monje británico de la época que negaba la doctrina del pecado original.
Durante este conflicto, que duró por mucho tiempo, Agustín desarrolla sus
doctrinas sobre el pecado original y la gracia divina, soberanía divina y
predestinación. Sus argumentos sobre la gracia divina, le ganaron el título por
el cual también se le conoce, Doctor de la Gracia.
La doctrina agustiniana se
situaba entre los extremos del pelagianismo y el maniqueísmo. Contra la
doctrina de Pelagio mantenía que la desobediencia espiritual del hombre se
había producido en un estado de pecado que la naturaleza humana era incapaz de
cambiar. En su teología, los hombres y las mujeres son salvos por el Don de la
Gracia Divina. Contra el maniqueísmo defendió con energía el papel del libre
albedrío en unión con la gracia. Agustín murió en Hipona el 28 de agosto del
año 430.
La importancia de San Agustín
entre los Padres y Doctores de la Iglesia es comparable a la de San Pablo entre
los Apóstoles. Como prolífico escritor, apologista y brillante estilista. Su
obra más conocida es su autobiografía Confesiones (400), donde narra sus
primeros años y su conversión. En su gran obra apologética La Ciudad de Dios
(413-426), formula una filosofía teológica de la historia, y compara en ella la
ciudad de Dios con la ciudad del hombre. De los veintidós libros de esta obra
diez están dedicados a polemizar sobre el panteísmo.
Los doce libros restantes se
ocupan del origen, destino y progreso de la Iglesia, a la que considera como
oportuna sucesora del paganismo. Sus otros escritos incluyen las Epístolas, de
las que 270 se encuentran en la edición benedictina, fechadas entre el año 386
y el 429; sus tratados De libero arbitrio (389-395), De doctrina Christiana
(397-428), De Baptismo, Contra Donatistas (400-401), De Trinitate (400-416), De
natura et gratia (415), Retracciones (428) y homilías sobre diversos libros de
la Biblia.
San Agustín y el niño
La historia de San Agustín con el
niño es por muchas conocidas. La misma surge del mucho tiempo que dedicó este
gran santo y teólogo a reflexionar sobre el misterio de la Santísima Trinidad,
de cómo tres personas diferentes podían constituir un único Dios. Cuenta la
historia que mientras Agustín paseaba un día por la playa, pensando en el
misterio de la Trinidad, se encontró a un niño que había hecho un hoyo en la
arena y con una concha llenaba el agujero con agua de mar.
El niño corría hasta la orilla, llenaba
la concha con agua de mar y depositaba el agua en el hoyo que había hecho en la
arena. Viendo esto, San Agustín se detuvo y preguntó al niño por qué lo hacía,
a lo que el pequeño le dijo que intentaba vaciar toda el agua del mar en el
agujero en la arena. Al escucharlo, San Agustín le dijo al niño que eso era
imposible, a lo que el niño respondió que si aquello era imposible hacer, más
imposible aún era el tratar de descifrar el misterio de la Santísima Trinidad.
ORACIÓN
Renueva,
Señor, en tu Iglesia el espíritu que infundiste en San Agustín para que,
penetrados de ese mismo espíritu, tengamos sed de Tí, fuente de sabiduría, te
busquemos como el único amor verdadero y sigamos los pasos de tan gran santo.
Oh glorioso San Agustín, tú fuiste un hombre sensual atormentado frecuentemente
por los apetitos y deseos naturales. Pero supiste encontrar tu camino hacia
Dios por medio del fuerte deseo de vivir una rica vida espiritual y plena de
sentido. Ayúdame a ver las cosas como tú enseñaste, que Dios está presente en
todos aquellos que con buena voluntad le buscan y en todos los que le aman como
Él nos ama. Ayúdame a ver a través de mis deseos de Dios y ayúdame a ver el
amor de Dios en todos mis deseos. Te pido San Agustín, que me ayudes a
encontrar a Dios en todo lo que veo. Infunde en mi espíritu con el deseo de
conocer y amar a Dios con todo mi corazón. Por Jesucristo, Nuestro Señor.
Amén
ORACIÓN POR LAS
VOCACIONES
Glorioso
Padre San Agustín, que abriste un camino de entrega a Dios
al
descubrir la hermosura de la vida religiosa; concédeme a mí, que me creo
también llamado por Él, a ver claramente
mi camino; ayúdame a ser fiel a esa vocación divina; que la estime en todo su
valor, que huya de las personas y cosas que me la pueden arrebatar; que sea
desde hoy muy generoso para decir sí el día de mi total entrega.
Amén.
EDUARDO LUZ
Tarotista, Astrólogo
y Vidente
CONTACTO:
TWITTER, FACEBOOK e INSTAGRAM:
cartasegipcias
Tal
vez te podría interesar:
No hay comentarios:
Publicar un comentario