En México, América, Filipinas y
en muchos otros lugares del mundo, el 12 de diciembre de todos los años se
celebra el día de la Virgen de Guadalupe, en honor de la imagen que tiene la
tradición católica más importante y con mayor culto en México. Se atribuye en
esa fecha su aparición a San Juan Diego en el cerro del Tepeyac en el año de
1531, sitio que es visitado en su recinto de la Basílica de Nuestra Señora de
Guadalupe en la Ciudad de México y en los templos e iglesias dedicadas a su
culto a lo largo del país por millones de peregrinos y fieles.
Representa una de las
celebraciones religiosas tradicionales más significantes del calendario
litúrgico de la región. Se tiene por costumbre que tales peregrinaciones no
sólo incluyan fieles y organizadores, sino danzantes diversos (la Danza de
Matachines y los concheros), quienes lideran las procesiones hasta llegar a la
Basílica. Dentro de la tradición Mexicana está que los niños y niñas que nacen
en este día se le pone por nombre Guadalupe, en honor a la Virgen.
EL NICAN MOPOHUA…
Es el relato de las Apariciones
de Nuestra Señora de Guadalupe al Beato Juan Diego, indígena azteca, ocurridas
del 9 al 12 de diciembre de 1531. Escrito originalmente en la lengua náhuatl,
todavía en uso en varias regiones de México. Las dos palabras iniciales Nican
Mopohua se han usado por antonomasia para identificar este relato, aunque
muchos documentos indígenas comienzan igual. El título completo es: "Aquí
se cuenta se ordena como hace poco milagrosamente se apareció la Perfecta Virgen
Santa María, Madre de Dios, nuestra Reina; allá en el Tepeyac, de renombre
Guadalupe". Es la principal fuente de nuestro conocimiento del
Mensaje de la Santísima Virgen al Beato Juan Diego, a México y al Mundo. La
copia más antigua se halla en la Biblioteca Pública de Nueva York Rare Books
and Manuscripts Department. The New York Public Library, Astor, Lenox and Tilden Foundation.
EL AUTOR…
Se atribuye a Don Antonio
Valeriano (1520-1605) sabio indígena aventajado discípulo de Fray Bernardino de
Sahagún. Don Antonio recibió la historia de labios del vidente, muerto en 1548.
EL ARGUMENTO…
Se narra la Evangelización de una
cultura por la intervención de Dios y de la Santísima Virgen. Leyendo entre
líneas y más, desde la óptica náhuatl, se percata uno de cómo esta
Evangelización empapó hasta las más íntimas fibras de la cultura pre-hispánica.
Se lleva a cabo la unión de dos pueblos irreconciliables. En la plenitud de los
tiempos para América aparece María Santísima portadora de Cristo. Hay una identificación
de lo esencial de la Biblia: Cristo, centro de la Historia- (Juan 3,14-16) con
lo esencial del Nican Mopohua y con lo esencial del mensaje glífico de la
Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe: el Niño Sol que lleva en su vientre
Santísimo.
LOS PROTAGONISTAS…
La Virgen que pide un templo para
manifestar a su Hijo. El Beato Juan Diego, vidente y confidente de la Santísima
Virgen. El Obispo Fray Juan de Zumárraga a cuya Autoridad se confía el asunto.
El Tío del Beato Juan Diego, sanado milagrosamente. Los criados del Obispo que
siguen al Beato Juan Diego. Lo espían. La ciudad entera que reconoce lo
sobrenatural de la imagen y entrega su corazón a la Santa Virgen.
LAS APARICIONES…
Relato de las apariciones de
acuerdo al Nican Mopohua, el escrito más antiguo que existe sobre las
apariciones de la Virgen de Guadalupe.
Primera Aparición…
Era sábado muy de madrugada
cuando Juan Diego venía en pos del culto divino y de sus mandatos a Tlatilolco.
Al llegar junto al cerrito llamado Tepeyacac, amanecía; y oyó cantar arriba del
cerro; semejaba canto de varios pájaros; callaban a ratos las voces de los
cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave y
deleitoso, sobrepasaba al del coyoltótotl y del tzinizcan y de otros pájaros
lindos que cantan.
Se paró Juan Diego para ver y
dijo para sí: "¿Por ventura soy digno de lo que oigo?, ¿Quizás sueño?, ¿Me
levanto de dormir?, ¿Dónde estoy?, ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron
dicho los viejos, nuestros mayores?, ¿Acaso ya en el cielo?" Estaba viendo
hacia el oriente, arriba del cerrillo, de donde procedía el precioso canto
celestial. Y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le
llamaban de arriba del cerrito y le decían: "Juanito, Juan
Dieguito."
Luego se atrevió a ir a donde le
llamaban. No se sobresaltó un punto, al contrario, muy contento, fue subiendo
el cerrillo, a ver de dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre vio a una
señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara. Llegado a su
presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era
radiante como el sol; el risco en que posaba su planta, flechado por los
resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas; y relumbraba la tierra
como el arco iris. Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que
allí se suelen dar parecían de esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus
ramas y espinas brillaban como el oro.
Se inclinó delante de ella y oyó
su palabra, muy suave y cortés, cual de quien atrae y estima mucho. Ella le
dijo: "¿Juanito, el más pequeño de mis hijos, dónde vas?" El
respondió: Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco,
a seguir las cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes,
delegados de Nuestro Señor". Ella
luego le habló y le descubrió su santa voluntad. Le dijo: "Sabe
y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre
Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive: Señor del cielo y de
la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y
dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa
madre, a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás
amadores míos que me invoquen y en mi confíen; oír allí sus lamentos y remediar
todas sus miserias, penas y dolores.
Y para realizar lo que mí
clemencia pretende, ve al palacio del Obispo de México y le dirás cómo yo te
envío a manifestarle lo que deseo, que aquí me edifique un templo: “le contarás
puntualmente cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que
te lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que
yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo.
Mira que ya has oído mi mandato hijo mío el más pequeño, anda y pon todo tu
esfuerzo." Juan Diego contestó: Señora mía, ya voy a cumplir tu mandato; por
ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo." Luego bajó, para ir a hacer su mandato; y
salió a la calzada que viene en línea recta a México."
Segunda Aparición…
Habiendo entrado sin delación en
la ciudad, Juan Diego se fue en derechura al palacio del obispo que era el
prelado que muy poco antes había venido y se llamaba Fray Juan de Zumárraga,
religioso de San Francisco. Apenas llegó trató de verle; rogó a sus criados que
fueran a anunciarle. Y pasado un buen rato, vinieron a llamarle, que había
mandado el señor Obispo que entrara. Luego que entró, en seguida le dio el
recado de la Señora del Cielo; y también le dijo cuanto admiró, vio y oyó.
Después de oír toda su plática y su recado, pareció no darle crédito.
El Obispo le respondió;
"Otra vez vendrás, hijo mío, y te oiré más despacio; lo veré muy desde el
principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido." Juan Diego
salió y se vino triste, porque de ninguna manera se realizó su mensaje. En el
mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrito, y acertó con la
Señora del Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde le vio la primera
vez: "Señora,
la más pequeña de mis hijas. Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir
tu mandato, le vi y le expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió
benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, apareció que
no lo tuvo por cierto.
Me dijo: Otra vez vendrás, te
oiré más despacio, veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has
venido. Comprendí perfectamente en la manera que me respondió que piensa que es
quizás invención mía que tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no
es de orden tuya; por lo cual te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que
a alguno de los principales, conocido y respetado y estimado, le encargues que
lleve tu mensaje, para que le crean; porque yo soy solo un hombrecillo, soy
un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente
menuda, y tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un
lugar por donde no ando y donde no paro. Perdóname que te cause pesadumbre y
caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía."
Le respondió la Santísima Virgen:
"Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores
y mensajeros a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi
voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu
mediación se cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el más
pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Dale
parte en mi nombre y hazle saber por entero mi voluntad: que tiene que poner
por obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la siempre
Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía."
Respondió Juan Diego: "Señora
y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré a cumplir
tu mandato; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino.
Iré a hacer tu voluntad, pero acaso no seré oído con agrado; o si fuese oído,
quizás no me creerá. Mañana en la tarde cuando se ponga el sol vendré a dar
razón de tu mensaje, con lo que responda el prelado. Ya me despido, Hija mía,
la más pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entretanto". Luego se fue él a
descansar a su casa.
Tercera Aparición…
Al día siguiente, domingo muy de
madrugada, salió de su casa y se vino derecho a Tlatilolco a instruirse de las
cosas divinas y estar presente en la cuenta para ver en seguida al prelado. Casi
a las diez, se aprestó, después de que se oyó Misa y se hizo la cuenta y se
dispersó el gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor Obispo.
Apenas llegó, hizo todo empeño para verle: otra vez con mucha dificultad le
vio; se arrodilló a sus pies; se entristeció y lloró al exponerle el mandato de
la Señora del Cielo, que ojalá que creyera su mensaje y la voluntad de la
Inmaculada de erigirle su templo donde manifestó que lo quería. El señor
Obispo, para cerciorarse le preguntó muchas cosas, donde la vio y cómo era; y
el refirió todo perfectamente al señor Obispo.
Más aunque explicó con precisión
la figura de ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser
ella la siempre Virgen Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo;
sin embargo, el Obispo no le dio crédito y dijo que no solamente por su plática
y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era muy necesaria
alguna señal para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del
cielo. Así que lo oyó dijo Juan Diego al Obispo: "Señor, mira cual ha de
ser la señal que pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me
envió acá." Viendo el Obispo que ratificaba todo sin dudar ni retractar
nada, le despidió.
Mandó inmediatamente unas gentes
de su casa, en quienes podía confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando
mucho a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo. Juan Diego se vino
derecho y caminó la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca,
cerca del puente del Tepeyac, le perdieron; y aunque más buscaran por todas
partes, en ninguna le vieron. Así es que se regresaron, no solamente porque se
fastidiaron, sino también porque les estorbó su intento y les dio enojo. Eso
fueron a informar al señor Obispo, inclinándose a que no le creyera: le dijeron
que nomás le engañaba; que nomás forjaba lo que venía a decir, o que únicamente
soñaba lo que decía y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez volvía le
habían de coger y castigar con dureza, para que nunca más mintiera y engañara.
Entre tanto, Juan Diego estaba
con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del señor Obispo; la
que oída por la Señora le dijo: "Bien está hijito mío, volverás aquí
mañana para que lleves al Obispo la señal que te ha pedido; con esto te creerá
y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará; y sábete, hijito mío, que yo
te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido; ea,
vete ahora, que mañana aquí te aguardo." Y así lo hizo.
Cuarta Aparición…
"Al día siguiente, lunes,
cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió.
Porque cuando llegó a su casa, a un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le
había dado enfermedad, y estaba muy grave. Primero fue a llamar a un médico y
le auxilió; pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave. Por la noche, le rogó
su tío que de madrugada saliera y viniera a Tlatilolco a llamar a un sacerdote,
que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo
de morir y que ya no se levantaría ni sanaría.
El martes, muy de madrugada, se
vino Juan Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando venía
llegando al camino que sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyacac, hacia
el poniente por donde tenía costumbre de pasar, dijo: "Si me voy derecho,
no sea que me vaya a ver la Señora, y en todo caso me detenga, para que lleve
la señal al prelado, según me previno; que primero nuestra aflicción nos deje y
primero llame yo de prisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo está ciertamente
aguardando." Luego dio vuelta al cerro; subió por entre él y pasó al otro
lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no le detuviera la
Señora del Cielo. Pensó que por donde dio la vuelta no podía verle la que está
mirando bien a todas partes. La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que
estuvo mirando hacia donde antes él la veía.
Salió a su encuentro a un lado
del cerro y le dijo: "¿Que hay, hijo mío el más pequeño?, ¿a dónde
vas?". Se apenó él un poco, o tuvo vergüenza, o se asustó. Se inclinó
delante de ella y la saludó, diciendo: "Niña mía, la más pequeña de mis
hijas. Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido?, ¿Estás bien de
salud, Señora y Niña mía? Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está
muy malo un pobre siervo tuyo, mi tío: le ha dado la peste, y está para morir.
Ahora voy presuroso a tu casa de México a llamar a uno de los sacerdotes amados
de Nuestro Señor, que vaya a confesarle y disponerle; porque desde que nacimos
vinimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte.
Pero sí voy a hacerlo, volveré
luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje. Señora y Niña mía, perdóname,
tenme por ahora paciencia; no te engaño. Hija mía la más pequeña, mañana vendré
a toda prisa." Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la
piadosísima Virgen: "Oye y ten entendido hijo mío el más pequeño, que es
nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa
enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí?, ¿No soy
tu Madre?, ¿No estás bajo mi sombra?, ¿No soy yo tu salud?, ¿No estás por
ventura en mi regazo?, ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra
cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está
seguro de que sanó." (Y entonces sanó su tío, según después se supo).
Cuando Juan Diego oyó estas
palabras de la Señora del Cielo se consoló mucho; quedó contento. Le rogó que
cuanto antes se despachara a ver al señor Obispo, a llevarle alguna señal y
prueba, a fin de que creyera. La Señora del Cielo le ordenó luego que subiera a
la cumbre del cerrito, donde antes la veía. Le dijo: "Sube, hijo mío el más
pequeño, a la cumbre del cerrito; allí donde me viste y te di órdenes, hallarás
que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y
tráelas a mi presencia." Al punto subió Juan Diego al cerrillo. Y cuando
llegó a la cumbre, se asombró mucho de que hubieran brotado tantas varias
exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se dan, porque a la sazón
se encrudecía el hielo.
Estaban muy fragantes y llenas
del rocío de la noche, que semejaba perlas preciosas. Luego empezó a cortarlas;
las juntó todas y las hecho en su regazo. La cumbre del cerrito no era lugar en
que se dieran ningunas flores, porque tenía muchos riscos, abrojos, espinas,
nopales y mezquites; y si se solían dar hierbecillas, entonces era el mes de
diciembre, en que todo lo come y echa a perder el hielo. Bajó inmediatamente y
trajo a la Señora del Cielo las diferentes flores que fue a cortar; la que, así
como las vio, las cogió con su mano y otra vez se las echó en el regazo,
diciéndole: "Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de flores es la
prueba y señal que llevarás al Obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi
voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de
confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu
manta y descubras lo que llevas.
Contarás bien todo; dirás que te
mandé subir a la cumbre del cerrito, que fueras a cortar flores, y todo lo que
viste y admiraste, para que puedas inducir al prelado a que dé su ayuda, con
objeto de que se haga y erija el templo que he pedido." Después que la
Señora del Cielo le dio su consejo, se puso en camino por la calzada que viene
derecho a México; ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho
cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las
manos, gozándose en la fragancia de las variadas hermosas flores.
EL MILAGRO DE LA
IMAGEN…
Al llegar Juan Diego al palacio
del Obispo salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado.
Les rogó que le dijeran que deseaba verle; pero ninguno de ellos quiso,
haciendo como que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le
conocían, que solo los molestaba, porque les era inoportuno; además ya les
habían informado sus compañeros que le perdieron de vista, cuando habían ido en
su seguimiento. Largo rato estuvo esperando Juan Diego. Como vieron que hacía
mucho que estaba allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, decidieron llamarlo
por si acaso; además, al parecer traía algo que portaba en su regazo, por lo
que se acercaron a él, para ver lo que traía y satisfacerse.
Viendo Juan Diego que no les
podía ocultar lo que traía, y que por eso le habían de molestar, empujar y
aporrear, descubrió un poco que eran flores; y al ver que todas eran
diferentes, y que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron
muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, y tan abiertas, tan
fragantes y tan preciosas. Quisieron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron
suerte las tres veces que se atrevieron a tomarlas; porque cuando iban a
cogerlas ya no se veían verdaderas flores, sino que les parecían pintadas o
labradas o cosidas en la manta. Fueron luego a decirle al señor Obispo lo que
habían visto y que pretendía verle el indito que tantas veces había venido; el
cual hacía mucho le aguardaba, queriendo verle.
Cayó, al oírlo, el señor Obispo
en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se certificara y cumpliera
lo que solicitaba el indito. En seguida mandó que entrara a verle. Luego que
entró, se humilló delante de él, así como antes lo hiciera, y contó de nuevo
todo lo que había visto y admirado, y también su mensaje. Juan Diego le dijo:
"Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora
del Cielo, Santa María preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder
creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y
además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y
prueba, que me encargaste, de su voluntad. Condescendió a tu recado y acogió
benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su
voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la
señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo
cumplió; me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes ya la viera, a que
fuese a cortar varias flores.
Después que fui a cortarlas las
traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que
te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la
cumbre del cerrillo no es lugar para que se den flores, porque solo hay muchos
riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé. Cuando fui
llegando a la cumbre del cerrillo vi que estaba en el paraíso, donde había
juntas todas las varias y exquisitas rosas de castilla, brillantes de rocío,
que luego fui a cortar. Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo
hago, para que en ellas veas la señal que me pides y cumplas su voluntad; y
también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. Helas aquí:
recíbelas."
Desenvolvió luego su manta, pues
tenía en su regazo las flores; y así que se esparcieron por el suelo todas las
diferentes flores, se dibujó en ella de repente la preciosa imagen de la
siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda
hoy en su templo del Tepeyacac, que se nombra Guadalupe. Luego que la vio el
señor Obispo, él y todos los que allí estaban, se arrodillaron; mucho la
admiraron; se levantaron a verla, se entristecieron y acongojaron, mostrando
que la contemplaron con el corazón y el pensamiento. El señor Obispo con
lágrimas de tristeza oró y le pidió perdón de no haber puesto en obra su
voluntad y su mandato.
Cuando se puso de pie desató del
cuello de Juan Diego, del que estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció
la Señora del Cielo. Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día más
permaneció Juan Diego en la casa del Obispo, que aún le detuvo. Al día
siguiente le dijo: "Ea, a mostrar dónde es voluntad de la Señora del Cielo
que le erijan su templo." Inmediatamente se invitó a todos para hacerlo.
APARICIÓN A JUAN
BERNARDINO…
No bien señaló Juan Diego dónde
había mandado la Señora del Cielo que se levantara su templo, pidió licencia de
irse. Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino; el cual estaba
muy grave cuando le dejó y vino a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera a
confesarle y disponerle, y le dijo la Señora del Cielo que ya había sanado.
Pero no le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa. Al llegar vieron
a su tío que estaba muy contento y que nada le dolía. Se asombró mucho de que
llegara acompañado y muy honrado su sobrino; a quien preguntó la causa de que
así lo hicieran y que le honraran mucho.
Le respondió su sobrino que,
cuando partió a llamar al sacerdote que le confesara y dispusiera, se le
apareció en el Tepeyacac la Señora del Cielo; la que, diciéndole que no se
afligiera que ya su tío estaba bueno, con mucho se consoló, le despachó a
México, a ver al señor Obispo, para que le edificara una casa en el Tepeyacac.
Manifestó su tío ser cierto que entonces le sanó y que la vio del mismo modo en
que se aparecía a su sobrino; sabiendo por Ella que le había enviado a México a
ver al Obispo. También entonces le dijo la Señora de cuando él fuera a ver al
Obispo, le revelara lo que vio y de qué manera milagrosa le había sanado; y que
bien le nombraría, así como bien había de nombrarse su bendita imagen, la
siempre Virgen Santa María de Guadalupe.
Trajeron luego a Juan Bernardino
a presencia del señor obispo; a que viniera a informarle y atestiguar delante
de él. A ambos, a él y a su sobrino, los hospedó el Obispo en su casa algunos
días, hasta que se erigió el templo de la Reina en el Tepeyacac, donde la vio
Juan Diego. El señor Obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de la
amada Señora del Cielo: la sacó del oratorio de su palacio donde estaba, para
que toda la gente viera y admirara su imagen.
EL CULTO GUADALUPANO…
Su culto, localizado en un
principio en el valle de México, más tarde se extendió por todo el vasto
territorio de la Nueva España y aún más allá, y por todas partes dejó muy vivas
manifestaciones de su presencia. De una devoción circunscrita, en sus inicios,
a los naturales, pasó a ser la de los mestizos y los criollos, y pronto se
universalizó. Todo ello testimoniado por las muchas reproducciones de su
imagen, por los templos y altares que se le levantaron, por las obras devotas,
teológicas, históricas y literarias que a Ella se dedicaron.
SIGNIFICADO DEL
GUADALUPANISMO…
La virgen de Guadalupe, con gran
regocijo popular, fue reconocida por el papado y la monarquía española como la
patrona de Nueva España. El nuevo culto proporcionó fundamento espiritual
autónomo para la iglesia Mexicana, pues a partir de entonces se afirmó la idea
de que la cristiandad Americana surgió, gracias a la intervención de la virgen
de Guadalupe. Los criollos, los indígenas y las castas se unieron en la
veneración de la Guadalupana, que representaba a la patria criolla. Esta
veneración se convirtió en factor de unidad nacional.
La imagen sería invocada y
expuesta como un remedio contra las sequías, las inundaciones y las epidemias
y, más tarde, los insurgentes la adoptaron como estandarte político. De este
modo surgió un símbolo nacional, reconocido por la inmensa mayoría de
habitantes de Nueva España, símbolo que liberó a los criollos de su origen
español, los desligó de España y les permitió identificarse con la tierra donde
vivían.
EL MISTERIO DE LOS
OJOS DE LA VIRGEN…
Rostro de la Virgen de Guadalupe
El 27 de marzo de 1956. En lo que constituye el primer reporte emitido por un
médico sobre los ojos de la imagen, él certifica la presencia del triple
reflejo (Efecto de Samson-Purkinje) característico de todo ojo humano normal
VIVO y afirma que las imágenes resultantes se ubican exactamente donde deberían
estar según el citado efecto, y también que la distorsión de las imágenes
concuerda perfectamente con la curvatura de la córnea.
Ese mismo año otro oftalmólogo,
el Dr. Rafael Torrija Lavoignet, examinó los ojos de la imagen ya con más
detenimiento y con la utilización de un oftalmoscopio. El Dr. Lavoignet reporta la aparente figura
humana en las córneas de ambos ojos, con la ubicación y distorsión propias de
un ojo humano normal, notando además una inexplicable apariencia
"VIVA" de los ojos al ser examinados. Varias otras inspecciones de
los ojos han sido realizadas por médicos oftalmólogos luego de éstas iniciales.
Con mayores o menores detalles
todas concuerdan en general con las dos primeras aquí expuestas. en 1979, por
el Dr. José Aste Tonsmann, un graduado de la Universidad de Cornell trabajando
para IBM en procesamiento digital de imágenes, al digitalizar éste a altas
resoluciones una muy buena fotografía de la cara de la Virgen tomada
directamente de la tilma original. Luego de procesar las imágenes de los ojos
por diversos métodos para eliminar "ruidos" y destacar detalles el
Dr. Tonsmann realizó lo que serían increíbles descubrimientos: no solamente era
claramente visible en ambos ojos el "busto humano", sino también por
lo menos otras cuatro figuras humanas eran también visibles en ambos ojos.
LAS ESTRELLAS DEL
MANTO…
En el manto de la Virgen de
Guadalupe se encuentra representado con mucha fidelidad, el cielo del solsticio
de invierno de 1531 que tuvo lugar a las 10:40 del martes 12 de diciembre, hora
de la ciudad de México. Están representadas todas las constelaciones, que se
extienden en el cielo visible a la hora de la salida del sol, y en el momento
en que Juan Diego enseña su tilma (capa azteca) al obispo Zumárraga. En la
parte derecha del manto se encuentran las principales constelaciones del cielo
del Norte.
En el lado izquierdo las del Sur,
visibles en la madrugada del invierno desde el Tepeyac. El Este se ubica arriba
y el Oeste en la porción inferior. Como el manto está abierto, hay otros
agrupamientos estelares que no están señalados en la imagen, pero se encuentran
presentes en el cielo. Así la Corona Boreal, se ubica en la cabeza de la
Virgen, Virgo en su pecho, a la altura de las manos, Leo en su vientre, justo
sobre el signo del Nahui Ollin, con su principal astro denominado Régulo, el
pequeño rey. Gemini, los gemelos, se encuentran a la altura de las rodillas, y
Orión, donde está el Ángel. En resumen, en el manto de la Guadalupana se pueden
identificar las principales estrellas de las constelaciones de invierno. Todas
ellas en su lugar, con muy pequeñas modificaciones.
LA FIESTA…
Para los mexicanos la fiesta de
la Virgen de Guadalupe es la más importante a nivel nacional. Un gran número de
personas desde diferentes puntos del país acuden en peregrinación hasta el
santuario o Basílica de Guadalupe utilizando diferentes medios de transporte,
ya que estos van desde el ir en automóvil, autobús, bicicleta o simplemente a
pie, lo hacen con la finalidad de dar gracias por los favores recibidos, para
solicitarle ayuda o simplemente por tradición.
En la explanada de afuera del
templo puedes ver danzas prehispánicos, de la época colonial o bien un tanto
modernos, si bien todos los asistentes coinciden en una cosa, el gran amor que
le profesan a la "morenita"; la noche previa al gran día la
virgencita recibe en su casa "las mañanitas" de parte de un gran
número de personas, todas ellas dispuestas a manifestar ese gran amor que
sienten por ella por medio de cantos (ahí se puede ver a gran número de
artistas y grupos de famosos cantándole a su reina y madre del cielo).
El 12 de Diciembre de 1998, la
Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe recibió la visita de aproximadamente 6
millones de fieles. Pío X en 1910, la declaró "Celestial Patrona de
América Latina" y Pío XII la llamó en 1945, Emperatriz de las Américas.
ORACIÓN I
¡Oh
Virgen Inmaculada, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia! Tú, que desde
este lugar manifiestas tu clemencia y tu compasión a todos los que solicitan tu
amparo; escucha la oración que con filial confianza te dirigimos y preséntala
ante tu Hijo Jesús, único redentor nuestro.
Madre
de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso, a ti, que sales
al encuentro de nosotros, los pecadores, te consagramos en este día todos
nuestro ser y todo nuestro amor. Te consagramos también nuestra vida, nuestros
trabajos, nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.
Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos; ya que todo lo que tenemos y somos lo ponemos bajo tu cuidado, Señora y madre nuestra.
Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino de una plena fidelidad a Jesucristo en su Iglesia: no nos sueltes de tu mano amorosa.
Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos; ya que todo lo que tenemos y somos lo ponemos bajo tu cuidado, Señora y madre nuestra.
Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino de una plena fidelidad a Jesucristo en su Iglesia: no nos sueltes de tu mano amorosa.
Virgen
de Guadalupe, Madre de las Américas, te pedimos por todos los obispos, para que
conduzcan a los fieles por senderos de intensa vida cristiana, de amor y de
humilde servicio a Dios y a las almas.
Contempla
esta inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda hambre de santidad en
todo el Pueblo de Dios, y otorga abundantes vocaciones de sacerdotes y
religiosos, fuertes en la fe, y celosos dispensadores de los misterios de Dios.
Amén
Amén
Oración II
Dios
de poder y de misericordia, bendeciste las Américas en el Tepeyac con la
presencia de la Virgen María de Guadalupe. Que su intercesión ayude a todos,
hombres y mujeres, a aceptarse entre sí como hermanos y hermanas.
Por
tu justicia, presente en nuestros corazones, reine la paz en el mundo. Te lo
pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo y el
Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Amén.
Oración III
Santa
María de Guadalupe, Mística Rosa, intercede por la Iglesia, protege al Soberano
Pontífice, oye a todos los que te invocan en sus necesidades. Así como pudiste
aparecer en el Tepeyac y decirnos: "Soy la siempre Virgen María, Madre del
verdadero Dios", alcánzanos de tu Divino Hijo la conservación de la Fe. Tú
eres nuestra dulce esperanza en las amarguras de esta vida. Danos un amor
ardiente y la gracia de la perseverancia final.
Amén.
Amén.
Oración IV
Virgen
Santísima de Guadalupe, Madre de Dios, Señora y Madre nuestra. Venos aquí
postrados ante tu santa imagen, que nos dejaste estampada en la tilma de Juan
Diego, como prenda de amor, bondad y misericordia. Aún siguen resonando las
palabras que dijiste a Juan con inefable ternura: "Hijo mío queridísimo,
Juan a quien amo como a un pequeñito y delicado," cuando radiante de hermosura
te presentaste ante su vista en el cerro del Tepeyac.
Haz
que merezcamos oír en el fondo del alma esas mismas palabras. Sí, eres nuestra
Madre; la Madre de Dios es nuestra Madre, la más tierna, la más compasiva. Y
para ser nuestra Madre y cobijarnos bajo el manto de tu protección te quedaste
en tu imagen de Guadalupe.
Virgen
Santísima de Guadalupe, muestra que eres nuestra Madre. Defiéndenos en las
tentaciones, consuélanos en las tristezas, y ayúdanos en todas nuestras
necesidades. En los peligros, en las enfermedades, en las persecuciones, en las
amarguras, en los abandonos, en la hora de nuestra muerte, míranos con ojos
compasivos y no te separes jamás de nosotros.
Oración V
Virgen
de Guadalupe, Madre de América. Tiende tu protección sobre todas las naciones
del Continente y renueva su fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Suscita
propósitos de equidad y rectitud en sus gobernantes. Protege a los hermanos de
Juan Diego para que no sufran discriminación. Cuida a los niños. Guarda la
unidad de las familias... Que desde esta tu Imagen manifiestes siempre tu clemencia,
tu compasión y tu amparo.
Te
lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Oración VI
Virgen
Santísima de Guadalupe, Madre y Reina de nuestra patria. Aquí nos tienes
humildemente postrados ante tu prodigiosa imagen. En Ti ponemos toda nuestra
esperanza. Tú eres nuestra vida y consuelo. Estando bajo tu sombra protectora,
y en tu maternal regazo, nada podremos temer. Ayúdanos en nuestra peregrinación
terrena e intercede por nosotros ante tu Divino Hijo en el momento de la
muerte, para que alcancemos la eterna salvación del alma.
Amén.
EDUARDO LUZ
Tarotista, Astrólogo y Vidente
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