10 de Mayo: Día de San Juan Ávila: Doctor de la Iglesia - Cartas Egipcias

domingo, 6 de mayo de 2018

10 de Mayo: Día de San Juan Ávila: Doctor de la Iglesia


Desde el año 2011, el Papa Benedicto XVI anuncio que San Juan de Ávila pasaría a formar parte de los Doctores de la Iglesia Católica por haber sido uno de los santos que sirvió de consejero a otros santos como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa, San Juan de Dios, San Francisco de Borja, San Pedro de Alcántara y Fray Luis de Granada. Su nombre significa: ‘Dios es Misericordioso’. Nace en el año 1500, de una familia muy rica. Al morir sus padres repartió todos sus bienes entre los pobres y después de tres años de oración y meditación se decidió por el sacerdocio. Estudió filosofía y teología en la Universidad de Alcalá y allá hizo amistad con el Padre Guerrero que fue después arzobispo de Granada y su amigo de toda la vida.

Desde el principio de su sacerdocio demostró una elocuencia extraordinaria. El pueblo acudía en gran número a escuchar sus sermones donde quiera que él iba a predicar. Cada predicación la preparaba con cuatro o más horas de oración de rodillas. A veces pasaba la noche entera ante un crucifijo o ante el Santísimo Sacramento encomendando la predicación que iba a hacer después a la gente. Y los resultados eran formidables. Los pecadores se convertían a montones.

San Juan de Ávila le decía a sus discípulos: "Las almas se ganan con las rodillas". A uno que le preguntaba cómo hacer para lograr convertir a alguna persona en cada sermón, le dijo: "¿Y es que Ud. espera convertir en cada sermón a alguna persona?". "No, ¡eso no!", respondió el otro. "Pues por eso es que no los convierte", le dijo el santo, "porque para poder obtener conversiones hay que tener fe en que sí se conseguirán conversiones. ¡La fe mueve montañas!". A otro que le preguntaba cuál era la principal cualidad para poder llegar a ser un buen predicador, le respondió: "La principal cualidad es: ¡amar mucho a Dios!". Pidió viajar de misionero a América del sur, pero su amigo el Arzobispo de Granada le dijo: "Aquí en España también hay muchos a quienes misionar y evangelizar. ¡Quédese predicando entre nosotros!". Le obedeció y se dedicó a predicar por Andalucía, por todo el sur de España. Y las conversiones que conseguía eran asombrosas. Su predicación era fuerte. No prometía vida en paz a quienes querían vivir en paz con sus pecados, pero animaba enormemente a todos los que deseaban salir de su anterior vida de pecado. Un gran número de sacerdotes le seguía para ayudarle a confesar y colaborarle en la catequesis de los niños y en la administración de los sacramentos. Ricos y pobres, jóvenes y viejos, todos acudían con gusto a escucharle.

San Juan de Ávila: tú que con tus sermones lograste tantas conversiones de pecadores, alcánzanos del Señor Dios, que también nosotros nos convirtamos.

Dios le concedió a San Juan de Ávila la cualidad especialísima de ejercer un gran ascendiente sobre los sacerdotes. Por eso el Sumo Pontífice lo ha nombrado "Patrono de los sacerdotes españoles". Bastaba con que lo vieran celebrar misa o le oyeran un sermón para que los sacerdotes quedaran muy agradablemente impresionados de su modo de obrar y predicar. Y después en sus sermones, ellos estaban allá entre el público oyéndole con gran atención. El sabio escritor Fray Luis de Granada se colocaba cerca de él, lápiz en mano, e iba escribiendo sus sermones. De cada sermón del santo, sacaba el material para predicar luego diez sermones. Los sacerdotes decían que el Padre Juan de Ávila predicaba como si estuviera oyendo al mismo Dios. Fue reuniendo grupos de sacerdotes y por medio de hacerles meditar en la Pasión de Jesucristo y en la Eucaristía y de rezar y recibir los sacramentos, los iba enfervorizando y después los enviaba a predicar. Y los frutos que conseguía eran inmensos. Unos 30 de esos sacerdotes se hicieron después Jesuitas. Otros colaboraron con la reforma que San Juan de la Cruz y Santa Teresa hicieron de los padres Carmelitas y muchos más llenaron de buenas obras las parroquias con su gran fervor.

Un día en Granada, mientras San Juan de Ávila pronunciaba un gran sermón, de pronto se oyó en el templo un grito fortísimo. Era San Juan de Dios que había sido antes militar y comerciante y que ahora se convertía y empezaba una vida de santidad admirable. En adelante San Juan de Dios tendrá siempre como consejero al Padre Juan de Ávila, a quien atribuirá su conversión. Los enemigos y envidiosos lo acusaron de que su predicación era demasiado miedosa y de que se proponía hacer que las gentes fueran demasiado espirituales. Y el santo fue llevado a la cárcel y allí estuvo de 1532 a 1533. Aprovechó su prisión para meditar más y crecer en santidad. Cuando se le reconoció su inocencia y fue sacado de la prisión el pueblo lo ovacionó como a un héroe. A muchas personas les dio dirección espiritual por medio de cartas. Después reunió una colección de esas cartas y las publicó con el título de "Oye hija" y fue un libro muy afamado y que hizo gran bien a los lectores.

Su devoción a la Virgen era tan grande que lo hacía exclamar: "Más preferiría vivir sin piel, que vivir sin devoción a la Virgen María". Fundó más de diez colegios y ayudaba mucho a las universidades católicas. Su autoridad y su ascendiente eran muy grandes en todas partes. Sus últimos 17 años fueron de enormes sufrimientos por su salud que era muy deficiente. En él se cumplía aquello que dijo Jesús: "Mi Padre, al árbol que más quiere, más lo poda, para que produzca mayor fruto". Pero aunque sus padecimientos eran muy intensos, no por eso dejaba de recorrer ciudades y pueblos predicando, confesando, dando dirección espiritual y edificando a todos con su vida de gran santidad. Tres temas le llamaban mucho la atención para predicar: la Eucaristía, el Espíritu Santo y la Virgen María.

Una de sus cualidades más admirables era su gran humildad. A pesar de sus brillantes éxitos apostólicos, siempre se creía un pobre y miserable pecador. Cuando estaba agonizante vio que un sacerdote lo trataba con muy grande veneración y le dijo: "Padre, tráteme como a un miserable pecador, porque eso es lo que he sido y nada más". Cuando en su última enfermedad los dolores arreciaban, apretaba el crucifijo entre sus manos y exclamaba: "Dios mío, si sí te parece bien que suceda, está bien, ¡está muy bien!". El 10 de mayo del año 1569, diciendo "Jesús y María" murió santamente. Fue beatificado en 1894 y el Papa Pablo VI lo declaró santo en 1970.

Oración de un pecador que se convierte a Dios
¡Oh justísimo Juez! ¡Oh sumo aborrecedor de pecados! Y ¿cómo habéis sufrido tantos años y tiempos cosa tan vil, tan ingrata y tan desleal delante de vuestros ojos? ¿Cómo a mí que soy polvo y ceniza, tantas horas, tantos días, meses y años, me habéis sufrido tanto? ¿Cómo, habiendo en mí tantos pecados y tan feos, me habéis dejado sin castigo?

Espántame, Señor, vuestro sufrimiento; admírame vuestra paciencia; afréntame y confúndeme vuestra grandeza cotejada con mi bajeza; tiembla mi corazón, hallando en sí tal inutilidad de ofensas, y contra tan rigurosa justicia y tan grande poder.

Confundido y afrentado ando, Señor. Tan confundido y tan afrentado, que ni oso alzar los ojos para mirar el lugar donde vos estáis, ni me atrevo a implorar el socorro de vuestros amigos, que con tanta razón estaban indignados por haber tantas veces ofendido a Señor que tanto ellos aman.

Padre de misericordias, abismo de piedad, socorro de los desamparados, compañía de los solos, alegría y consuelo de los tristes, ¿por qué no osaré yo aparecer delante de vos para que, mostrándoos la muchedumbre de mis miserias, me remediéis con la inmensidad de vuestras misericordias?

¿Vos no sois aquel buen pastor que con todo cuidado buscó la oveja perdida, y la puso con mucho gozo sobre sus hombros, y la devolvió a su aprisco? ¿No sois vos aquel amorosísimo padre que con tanta alegría y regocijo recibió al hijo perdido? Hechura soy de vuestra mano, oveja vuestra, criada en el campo de vuestra Iglesia, señalada con vuestra sangre y comprada con vuestra vida.

Aunque con angustia de corazón, a vos me iré, a vos invocaré y llamaré: Tal médico pide mi enfermedad; tal cirujano las heridas de mis pecados; tal pastor la perdición de mi vida, tal lumbre la tiniebla de mis maldades, tal remediador mi gran necesidad, tal misericordia la inmensidad de mis miserias, tales riquezas la pobreza de mi espíritu, y tan inestimable bien mis incomparables males.

Oh más padre que todos los padres, más misericordioso que todas las misericordias, más dadivoso y más liberal como jamás se acertó a pintar por sabiduría creada! Que por ser vos tal, me atrevo a pedir tanto, confiado en que la grandeza innumerable de mis males no detendrá la grandeza de vuestros bienes, ni tropezará tanta misericordia en la bajeza de mi miseria.

Espantosa cosa son mis culpas, pero más espanta el grande sufrimiento vuestro. Desmaya mi corazón viéndose anegado en tan grande profundidad de torpedades; pero confía, por otra parte, descubriendo en vos el agua que salió de vuestro pecho y la sangre que salió de todo vuestro cuerpo para pagar las ofensas, para aplacar la ira del Padre contra los pecadores, para cubrir todas las fealdades que le podrían desagradar y provocar a ira. Lávame, Señor, en tal agua, aplícame tal redención, cúbreme con tal ropa, y seré digno de aparecer delante de tan limpios ojos.

Salvador mío, Redentor mío, Dios y Padre mío: tócame, tócame con vuestra mano. Que no salgan de mí sino continuos loores, perpetuas alabanzas; que no cese de amaros, de desearos, de buscaros, de con solo vos holgarme, a solo vos tener por descanso, por deleite, por contento, por alegría, por riqueza, por salud, por honra y por vida.

¡Oh bien sin repunte de mal! ¡Alentadme vos para que pueda tan bien emplearme! ¡Oh luz tan ajena de tinieblas, alumbradme para que vea yo la riqueza vuestra y la miseria de todo lo de acá! ¡Oh hermosura tan sin falta! ¡Mostradme algún rostro vuestro para que vea la fealdad y bajeza de todo lo que antes me parecía hermoso! ¡Oh dulcedumbre tan sin amargura! ¡Oh deleite tan sin pesar! Júntame a vos con tanta firmeza, que nadie sea parte de tal dulzura ni pueda de tales deleites desviarme, sino que ni descanso ni trabajo, ni honra ni afrenta, ni prosperidades ni adversidades, ni riqueza ni pobreza, ni deleites ni desabrimientos, ni salud ni enfermedad, ni vida ni muerte, ni cielos ni infierno, todo no sea bastante para apartarme de vos, que sois la fuente de todo el descanso, de toda la honra, de toda la prosperidad, de todas las riquezas, de todos los deleites, de toda la salud, de todos los bienes.
AMÉN.


EDUARDO LUZ
Tarotista, Astrólogo y Vidente
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