Patrona de los Padres Redentoristas y de Haití. En el siglo XV un
comerciante acaudalado de la isla de Creta (en el Mar Mediterráneo) tenía la
bella pintura de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Era un hombre muy piadoso
y devoto de la Virgen María. Cómo habrá llegado a sus manos dicha pintura, no se
sabe. ¿Se le habría confiado por razones de seguridad, para protegerla de los
sarracenos? Lo cierto es que el mercader estaba resuelto a impedir que el
cuadro de la Virgen se destruyera como tantos otros que ya habían corrido con
esa suerte.
Por protección, el mercader decidió llevar la pintura a Italia. Empacó
sus pertenencias, arregló su negocio y abordó un navío dirigiéndose a Roma. En
ruta se desató una violenta tormenta y todos a bordo esperaban lo peor. El
comerciante tomó el cuadro de Nuestra Señora, lo sostuvo en lo alto, y pidió
socorro. La Santísima Virgen respondió a su oración con un milagro. El mar se
calmó y la embarcación llegó a salvo al puerto de Roma.
Cae la pintura en manos de una familia, tenía el mercader un amigo muy
querido en la ciudad de Roma así que decidió pasar un rato con él antes de
seguir adelante. Con gran alegría le mostró el cuadro y le dijo que algún día
el mundo entero le rendiría homenaje a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Pasado un tiempo, el mercader se enfermó de gravedad. Al sentir que sus días
estaban contados, llamó a su amigo a su lecho y le rogó que le prometiera que,
después de su muerte, colocaría la pintura de la Virgen en una iglesia digna o
ilustre para que fuera venerada públicamente. El amigo accedió a la promesa
pero no la llegó a cumplir por complacer a su esposa que se había encariñado
con la imagen.
Pero la Divina Providencia no había llevado la pintura a Roma para que
fuese propiedad de una familia sino para que fuera venerada por todo el mundo, tal
y como había profetizado el mercader. Nuestra Señora se le apareció al hombre
en tres ocasiones, diciéndole que debía poner la pintura en una iglesia, de lo
contrario, algo terrible sucedería. El hombre discutió con su esposa para
cumplir con la Virgen, pero ella se le burló, diciéndole que era un visionario.
El hombre temió disgustar a su esposa, por lo que las cosas quedaron igual.
Nuestra Señora, por fin, se le volvió a aparecer y le dijo que, para
que su pintura saliera de esa casa, él tendría que irse primero. De repente el
hombre se puso gravemente enfermo y en pocos días murió. La esposa estaba muy
apegada a la pintura y trató de convencerse a sí misma de que estaría más
protegida en su propia casa. Así, día a día, fue aplazando el deshacerse de la
imagen. Un día, su hijita de seis años vino hacia ella apresurada con la
noticia de que una hermosa y resplandeciente Señora se le había aparecido
mientras estaba mirando la pintura. La Señora le había dicho que le dijera a su
madre y a su abuelo que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro deseaba ser puesta
en una iglesia; y, que si no, todos los de la casa morirían.
La mamá de la niñita estaba espantada y prometió obedecer a la Señora.
Una amiga, que vivía cerca, oyó lo de la aparición. Fue entonces a ver a la
señora y ridiculizó todo lo ocurrido. Trató de persuadir a su amiga de que se
quedara con el cuadro, diciéndole que si fuera ella, no haría caso de sueños y
visiones. Apenas había terminado de hablar, cuando comenzó a sentir unos
dolores tan terribles, que creyó que se iba a morir. Llena de dolor, comenzó a
invocar a Nuestra Señora para que la perdonara y la ayudara. La Virgen escuchó
su oración. La vecina tocó la pintura, con corazón contrito, y fue sanada
instantáneamente. Entonces procedió a suplicarle a la viuda para que obedeciera
a Nuestra Señora de una vez por todas.
Accede la viuda a entregar la pintura, se encontraba la viuda
preguntándose en qué iglesia debería poner la pintura, cuando el cielo mismo le
respondió. Volvió a aparecérsele la Virgen a la niña y le dijo que le dijera a
su madre que quería que la pintura fuera colocada en la iglesia que queda entre
la basílica de Sta. María la Mayor y la de S. Juan de Letrán. Esa iglesia era
la de S. Mateo, el Apóstol. La señora se apresuró a entrevistarse con el
superior de los Agustinos quienes eran los encargados de la iglesia. Ella le
informó acerca de todas las circunstancias relacionadas con el cuadro.
La pintura fue llevada a la iglesia en procesión solemne el 27 de
marzo de 1499. En el camino de la residencia de la viuda hacia la iglesia, un
hombre tocó la pintura y le fue devuelto el uso de un brazo que tenía
paralizado. Colgaron la pintura sobre el altar mayor de la iglesia, en donde
permaneció casi trescientos años. Amado y venerado por todos los de Roma como
una pintura verdaderamente milagrosa, sirvió como medio de incontables
milagros, curaciones y gracias.
En 1798, Napoleón y su ejército francés tomaron la ciudad de Roma. Sus
atropellos fueron incontables y su soberbia, satánica. Exilió al Papa Pío VII
y, con el pretexto de fortalecer las defensas de Roma, destruyeron treinta
iglesias, entre ellas la de San Mateo, la cual quedó completamente arrasada.
Junto con la iglesia, se perdieron muchas reliquias y estatuas venerables. Uno
de los Padres Agustinos, justo a tiempo, había logrado llevarse secretamente el
cuadro.
Cuando el Papa, que había sido prisionero de Napoleón, regresó a Roma,
le dio a los agustinos el monasterio de S. Eusebio y después la casa y la
iglesia de Sta. María en Posterula. Una pintura famosa de Nuestra Señora de la
Gracia estaba ya colocada en dicha iglesia por lo que la pintura milagrosa de
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fue puesta en la capilla privada de los
Padres Agustinos, en Posterula. Allí permaneció sesenta y cuatro años, casi
olvidada. Hallazgo de un sacerdote Redentorista, mientras tanto, a instancias
del Papa, el Superior General de los Redentoristas, estableció su sede
principal en Roma donde construyeron un monasterio y la iglesia de San Alfonso.
Uno de los Padres, el historiador de la casa, realizó un estudio acerca del
sector de Roma en que vivían.
En sus investigaciones, se encontró con múltiples referencias a la
vieja Iglesia de San Mateo y a la pintura milagrosa de Nuestra Señora del
Perpetuo Socorro. Un día decidió contarle a sus hermanos sacerdotes sobre sus
investigaciones: La iglesia actual de San Alfonso estaba construida sobre las
ruinas de la de San Mateo en la que, durante siglos, había sido venerada,
públicamente, una pintura milagrosa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Entre los que escuchaban, se encontraba el Padre Michael Marchi, el
cual se acordaba de haber servido muchas veces en la Misa de la capilla de los
Agustinos de Posterula cuando era niño. Ahí en la capilla, había visto la
pintura milagrosa. Un viejo hermano lego que había vivido en San Mateo, y a
quien había visitado a menudo, le había contado muchas veces relatos acerca de
los milagros de Nuestra Señora y solía añadir: "Ten presente, Michael, que
Nuestra Señora de San Mateo es la de la capilla privada. No lo olvides".
El Padre Michael les relató todo lo que había oído de aquel hermano lego.
Por medio de este incidente los Redentoristas supieron de la
existencia de la pintura, no obstante, ignoraban su historia y el deseo expreso
de la Virgen de ser honrada públicamente en la iglesia. Ese mismo año, a través
del sermón inspirado de un jesuita acerca de la antigua pintura de Nuestra
Señora del Perpetuo Socorro, conocieron los Redentoristas la historia de la
pintura y del deseo de la Virgen de que esta imagen suya fuera venerada entre
la Iglesia de Sta. María la Mayor y la de S. Juan de Letrán.
El santo Jesuita había lamentado el hecho de que el cuadro, que había
sido tan famoso por milagros y curaciones, hubiera desaparecido sin revelar
ninguna señal sobrenatural durante los últimos sesenta años. A él le pareció
que se debía a que ya no estaba expuesto públicamente para ser venerado por los
fieles. Les imploró a sus oyentes que, si alguno sabía dónde se hallaba la
pintura, le informaran dueño lo que deseaba la Virgen.
Los Padres Redentoristas soñaban con ver que el milagroso cuadro fuera
nuevamente expuesto a la veneración pública y que, de ser posible, sucediera en
su propia Iglesia de San Alfonso. Así que instaron a su Superior General para
que tratara de conseguir el famoso cuadro para su Iglesia. Después de un tiempo
de reflexión, decidió solicitarle la pintura al Santo Padre, el Papa Pío IX. Le
narró la historia de la milagrosa imagen y sometió su petición. El Santo Padre
escuchó con atención. Él amaba dulcemente a la Santísima Virgen y le alegraba
que fuera honrada. Sacó su pluma y escribió su deseo de que el cuadro milagroso
de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fuera devuelto a la Iglesia entre Sta.
María la Mayor y S. Juan de Letrán. También encargó a los Redentoristas de que
hicieran que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fuera conocida en todas
partes.
Aparece y se venera, por fin, el cuadro de Nuestra Señora, ninguno de
los Agustinos de ese tiempo había conocido la Iglesia de San Mateo. Una vez que
supieron la historia y el deseo del Santo Padre, gustosos complacieron a
Nuestra Señora. Habían sido sus custodios y ahora se la devolverían al mundo
bajo la tutela de otros custodios. Todo había sido planeado por la Divina
Providencia en una forma verdaderamente extraordinaria. A petición del Santo
Padre, los Redentoristas obsequiaron a los Agustinos una linda pintura que
serviría para reemplazar a la milagrosa.
La imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fue llevada en
procesión solemne a lo largo de las vistosas y alegres calles de Roma antes de
ser colocado sobre el altar, construido especialmente para su veneración en la
Iglesia de San Alfonso. La dicha del pueblo romano era evidente. El entusiasmo
de las veinte mil personas que se agolparon en las calles llenas de flores para
la procesión dio testimonio de la profunda devoción hacia la Madre de Dios. A
toda hora del día, se podía ver un número de personas de toda clase delante de
la pintura, implorándole a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro que escuchara
sus oraciones y que les alcanzara misericordia. Se reportaron diariamente
muchos milagros y gracias.
Hoy en día, la devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro se ha
difundido por todo el mundo. Se han construido iglesias y santuarios en su
honor, y se han establecido archicofradías. Su retrato es conocido y amado en
todas partes. Aunque su origen es incierto, se estima que el retrato fue
pintado durante el decimotercero o decimocuarto siglo. El icono parece ser
copia de una famosa pintura de Nuestra Señora que fuera, según la tradición,
pintada por el mismo San Lucas. La original se veneraba en Constantinopla por
siglos como una pintura milagrosa pero fue destruida en 1453 por los Turcos
cuando capturaron la ciudad.
Fue pintado en un estilo plano característico de iconos y tiene una calidad primitiva. Todas las
letras son griegas. Las iniciales al lado de la corona de la Madre la
identifican como la “Madre de Dios”. Las iniciales al lado del Niño “ICXC”
significan “Jesucristo”. Las letras griegas en la aureola del Niño: owu
significan “El que es”, mientras las tres estrellas sobre la cabeza y los
hombros de María santísima indican su virginidad antes del parto, en el parto y
después del parto.
Las letras más pequeñas identifican al ángel a la izquierda como “San
Miguel Arcángel”; el arcángel sostiene la lanza y la caña con la esponja
empapada de vinagre, instrumentos de la pasión de Cristo. El ángel a la derecha
es identificado como “San Gabriel Arcángel”, sostiene la cruz y los clavos.
Nótese que los ángeles no tocan los instrumentos de la pasión con las manos,
sino con el paño que los cubre. Cuando este retrato fue pintado, no era común
pintar aureolas. Por esta razón el artista redondeó la cabeza y el velo de la
Madre para indicar su santidad.
Las halos y coronas doradas fueron añadidas mucho después. El fondo
dorado, símbolo de la luz eterna da realce a los colores más bien vivos de las
vestiduras. Para la Virgen el maforion (velo-manto) es de color púrpura, signo
de la divinidad a la que ella se ha unido excepcionalmente, mientras que el
traje es azul, indicación de su humanidad. En este retrato la Madona está fuera
de proporción con el tamaño de su Hijo porque es -María- a quien el artista
quiso enfatizar.
Los encantos del retrato son muchos, desde la ingenuidad del artista,
quien quiso asegurarse que la identidad de cada uno de los sujetos se
conociera, hasta la sandalia que cuelga del pie del Niño. El Niño divino,
siempre con esa expresión de madurez que conviene a un Dios eterno en su
pequeño rostro, está vestido como solían hacerlo en la antigüedad los nobles y
filósofos: túnica ceñida por un cinturón y manto echado al hombro.
El pequeño Jesús tiene en el rostro una expresión de temor y con las
dos manitas aprieta la derecha de su Madre, que mira ante sí con actitud
recogida y pensativa, como si estuviera recordando en su corazón la dolorosa
profecía que le hiciera Simeón, el misterioso plan de la redención, cuyo siervo
sufriente ya había presentado Isaías. En su doble denominación, esta bella
imagen de la Virgen nos recuerda el centralismo salvífico de la pasión de
Cristo y de María y al mismo tiempo la socorredora bondad de la Madre de Dios y
nuestra.
ORACIÓN I
¡Santísima Virgen María, que para inspirarme
confianza habéis querido llamaros Madre del Perpetuo Socorro! Yo os suplico me
socorráis en todo tiempo y en todo lugar; en mis tentaciones, después de mis
caídas, en mis dificultades, en todas las miserias de la vida y, sobre todo, en
el trance de la muerte. Concédeme, ¡oh amorosa Madre!, el pensamiento y la
costumbre de recurrir siempre a Vos; porque estoy cierto de que, si soy fiel en
invocaros, Vos seréis fiel en socorrerme. Alcanzadme, pues, la gracia de acudir
a Vos sin cesar con la confianza de un hijo, a fin de que obtenga vuestro perpetuo
socorro y la perseverancia final. Bendecidme y rogad por mí ahora y en la hora
de mi muerte. Así sea.
¡Oh Madre del Perpetuo Socorro! Rogad a Jesús por
mí, y salvadme.
ORACIÓN II
¡Oh Madre del Perpetuo Socorro!, en cuyos brazos el
mismo Niño Jesús parece buscar seguro refugio; ya que ese mismo Dios hecho Hijo
tuyo como tierna Madre lo estrechas contra tu pecho y sujetas sus manos con tu
diestra, no permitas, Señora, que ese mismo Jesús ofendido por nuestras culpas,
descargue sobre el mundo el brazo de su irritada justicia; sé tú nuestra
poderosa Medianera y Abogada, y detenga tu maternal socorro los castigos que
hemos merecido. En especial, Madre mía, concédeme la gracia que te pido.
ORACIÓN III
Santísima y siempre pura Virgen María, Madre de
Jesucristo, Reina del mundo y Señora de todo lo creado; que a ninguno
abandonas, a ninguno desprecias ni dejas desconsolado a quien recurre a Ti con
corazón humilde y puro. No me deseches por mis gravísimos e innumerables
pecados, no me abandones por mis muchas iniquidades, ni por la dureza e
inmundicia de mi corazón me prives de tu gracia y de tu amor, pues soy tu hijo.
Escucha a este pecador que confía en tu misericordia y piedad: socórreme,
piadosísima Madre del Perpetuo Socorro, de tu querido Hijo, omnipotente Dios y
Señor nuestro Jesucristo, la indulgencia y la remisión de todos mis pecados y
la gracia de tu amor y temor, la salud y la castidad y el verme libre de todos
los peligros de alma y cuerpo. En los últimos momentos de mi vida, sé mi
piadosa auxiliadora y libra mi alma de las eternas penas y de todo mal, así
como las almas de mis padres, familiares, amigos y bienhechores, y las de todos
los fieles vivos y difuntos, con el auxilio de Aquel que por espacio de nueve
meses llevaste en tu purísimo seno y con tus manos reclinaste en el pesebre, tu
Hijo y Señor nuestro Jesucristo, que es bendito por los siglos de los siglos.
Amén.
ORACIÓN IV
Oh Madre del Perpetuo Socorro, concédeme la gracia
de que pueda siempre invocar tu bellísimo nombre ya que él es el Socorro del
que vive y Esperanza del que muere. Ah María dulcísima, María de los pequeños y
olvidados, haz que tu nombre sea de hoy en adelante el aliento de mi vida. Cada
vez que te llame, Madre mía, apresúrate a socorrerme, pues, en todas mis
tentaciones, y en todas mis necesidades propongo no dejar de invocarte diciendo
y repitiendo: María, María, Madre Mía. Oh qué consuelo, qué dulzura, qué
confianza, qué ternura siente todo mi ser con sólo repetir tu nombre y pensar
en ti, Madre Mía. Bendigo y doy gracias a Dios que te ha dado para bien nuestro
ese nombre tan dulce, tan amable y bello. Mas no me contento con pronunciar tu
bendito nombre, quiero pronunciarlo con amor, quiero que el amor me recuerde que
siempre debo acudir a ti, Madre del Perpetuo Socorro.
Amén.
EDUARDO LUZ
Tarotista, Astrólogo
y Vidente
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