29 de Junio: Día de San Pablo: El Apóstol de los Gentiles - Cartas Egipcias

sábado, 23 de junio de 2018

29 de Junio: Día de San Pablo: El Apóstol de los Gentiles


Saulo, el futuro San Pablo, nacido en Tarso de Cilicia, hacia el año 8 de la Era Cristiana, pertenecía a una familia judía de la diáspora o dispersión y, como tal, estaba sólidamente formado en la Ley judaica. Pronto pasó Saulo a Jerusalén, a completar su educación rabínica, y su maestro fue el más autorizado rabino de entonces, Gamaliel el Viejo. Su gran talento le afianzó rápidamente en los principios de la Ley antigua, que cita constantemente de memoria y con gran exactitud. Su carácter impetuoso le lanza a un fanatismo exagerado, en legítima defensa de la Ley y tradiciones ancestrales. En las sinagogas de Cilicia debió de conocer la doctrina de la nueva fe cristiana, por la predicación de San Esteban, y su celo e impetuosidad le llevaron a unirse a los perseguidores de ello, convencido de que defendía la causa de Dios.

Por aquel tiempo se había ya constituido en Damasco un grupo importante de la nueva comunidad cristiana, del que pronto tuvo noticia Pablo, que contaba por entonces unos veintiséis años de edad. Con su afán de exterminio pidió al príncipe de los sacerdotes unas cartas de presentación para Damasco, a fin de apresar a los adeptos de la nueva fe. Más todo había de suceder de muy distinta manera. Obtenidas las cartas, Pablo y sus compañeros se acercaban va a Damasco, cuando de pronto una luz del cielo les envolvió en su resplandor. Pablo vio entonces a Jesús. A su vista cayó en tierra y ovó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». Atemorizado y sin reconocerlo, Pablo preguntó: «¿Quién eres Tú, Señor?». Y el Señor le dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa es para ti el dar coces contra el aguijón».

Saulo, entonces, temblando, teniendo ante sí la sangre de Esteban y todas sus persecuciones, otra vez preguntó: «Señor, ¿qué quieres que haga?». Y respondió Jesús: «Levántate y entra en la ciudad, donde se te dirá lo que debes hacer». Los compañeros de Pablo estaban asombrados. Oían, pero sin ver a nadie; y como al levantarse Pablo estaba ciego, le cogieron de la mano y le condujeron a la ciudad, donde permaneció tres días atacado por la ceguera y sin comer ni beber nada. Recobrada milagrosamente la vista, se retiró a la Arabia por un tiempo, y allí, antes de volver a Damasco, permaneció entregado a la oración y en trato íntimo con el Señor. Regresó luego a la ciudad, entrando de lleno en su función de apóstol y en su gran labor evangelizadora.

Cuando empezó a predicar, directamente y sin rodeos, la doctrina de Jesús, y a proclamar que Jesucristo es el verdadero Dios y el Mesías prometido, los judíos de Damasco decidieron perderle y lograron del etnarca del rey Aretas que pusiese guardias a las puertas de la ciudad para que no pudiera escapar, mientras le perseguían dentro. «En vista de lo cual, los discípulos, tomándole una noche, le descolgaron por un muro, metido en un serón”.  Desde entonces su vida apostólica es una cadena de persecuciones, de grandes dificultades; pero, al mismo tiempo, de grandes triunfos para la causa cristiana.

Gracias al título de ciudadano romano, cuyos privilegios hizo valer, se libró de ser azotado; luego, después de dos años de estar preso en Cesárea, logró terminar su encarcelamiento apelando al César. Fue trasladado a Roma. En la travesía naufragó la embarcación que le llevaba. No llegó a la capital del imperio hasta principios del año 61. Su proceso duró otros dos años. Durante este tiempo pudo morar en una casa alquilada, recibir muchas visitas, y entregarse por completo al ministerio de la palabra, convirtiendo a muchos gentiles. Por fin se pronunció sentencia absolutoria en la causa que se le seguía. Entonces Pablo se aleja de Roma y es tradición —robustecida por sus propios escritos en que consigna sus planes de apostolado— que vino a España, donde permaneció una temporada.

Vuelve después a sufrir cautiverio en Roma, a fines del año 66, en plena persecución de Nerón. Se le encierra entonces en una prisión terrible, en la que se le condenó a una absoluta inactividad e incomunicación. Debió padecer muchísimo al encontrarse paralizado. Supo, no obstante, doblegarse a la voluntad del Señor, que le tenía destinado, como a Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, a una muerte próxima.

Según la tradición más admitida, los dos fueron inmolados el mismo día, en el año 67; Pedro, crucificado cabeza abajo en la colina del Vaticano; Pablo, decapitado en la Vía Ostiense, en la llanura que la separa del Tíber. La vida y la obra de San Pablo se nos presentan con un relieve tan prodigioso, que nadie podrá contemplarlas nunca en toda su espléndida complejidad. «El mundo no verá jamás otro hombre como Pablo» dijo San Juan Crisóstomo, el más ilustre de sus admiradores. La palabra y el ademán de Pablo, su vigor y fulgor místicos, subyugaban de una manera fulminante. Y fue incomparable la clara sutileza de su inteligencia.

Dialéctico formidable, no disputa por puro placer, sino para lanzar las almas a Dios. Ahí está su sublime originalidad. «Discurre de una manera violenta, rápida, intuitiva —ha dicho muy justamente un autor—; dramatiza sus argumentos, los deja sin completar, arrastrado por el torbellino de las ideas, y lo mismo sus premisas que sus conclusiones se nos presentan tumultuosamente y de improviso”. Todo ello comprobaremos si nos afectamos a la lectura de sus «Epístolas»: cartas dirigidas a diversas iglesias y personalidades, en las cuales deja resueltos numerosos problemas y condensa toda la moral cristiana; en las cuales expone una teología cuya inmensidad no ha podido abarcar todavía ningún comentarista, una teología siempre precisa y nunca vacilante, «que nos lleva —como se ha dicho magníficamente— de misterio en misterio, de claridad en claridad, como reflejando en un espejo la gloria del Señor».

Patrón: Roma, cordeleros, alfombreros, teólogos, trabajadores de relaciones públicas, fabricantes de tiendas de campaña, contra calambres, convulsiones, para la fertilidad de los campos, contra el granizo, contra el temor, de la prensa católica.

ORACIÓN
Glorioso apóstol San Pablo, vaso escogido del Señor para llevar su santo nombre por toda la tierra; por tu celo apostólico y por tu abrasada caridad con que sentías los trabajos de tus prójimos como si fueran tuyos propios; por la inalterable paciencia con que sufriste persecuciones, cárceles, azotes, cadenas, tentaciones, naufragios y hasta la misma muerte; por aquel celo que te estimulaba a trabajar día y noche en beneficio de las almas y, sobre todo, por aquella prontitud con que a la primera voz de Cristo en el camino de Damasco te rendiste enteramente a la gracia, te ruego, por todos los apóstoles de hoy, y que me consigas del Señor que imite tus ejemplos oyendo prontamente la voz de sus inspiraciones y peleando contra mis pasiones sin apego ninguno a las cosas temporales y con aprecio de las eternas, para gloria de Dios Padre, que con el Hijo y el Espíritu Santo vive y reina por todos los siglos de los siglos.
Amén.

Oración a San Pedro y San Pablo
¡Oh santos apóstoles Pedro y Pablo! Yo os elijo hoy y para siempre por mis especiales protectores y abogados; y me alegro humildemente tanto con Vos, san Pedro, príncipe de los Apóstoles, porque sois la piedra sobre la cual edificó Dios su Iglesia; como con Vos, san Pablo, escogido por Dios para vaso de elección y predicador de la verdad en todo el mundo. Alcanzadme, os suplico, una fe viva, una esperanza firme y una caridad perfecta; atención en el orar, pureza de corazón, recta intención en las obras, diligencia en el cumplimiento de las obligaciones de mi estado, constancia en los propósitos, resignación a la voluntad de Dios y perseverancia en la divina gracia hasta la muerte; para que mediante vuestra intercesión y vuestros méritos gloriosos, pueda vencer las tentaciones del mundo, del demonio y de la carne, me haga digno de presentarme ante el supremo y eterno pastor de almas Jesucristo, que con elPadre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos, para gozarle y amarle eternamente.
Amén


EDUARDO LUZ
Tarotista, Astrólogo y Vidente
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