Natural de Betsaida, aldea del
lago de Genezaret. Después de la resurrección de Jesucristo, asumió la
dirección de la Iglesia. Trasladándose de Jerusalén a Antioquía, fundó su
comunidad cristiana. Posteriormente fijó su residencia en Roma. Martirizado hacia
los setenta y cinco años de edad. Fue San Pedro un pobre pescador de Galilea,
residente en Cafarnaúm, en casa de su suegra. Era un hombre sencillo, con poca
instrucción, y vivía de su modesto oficio. Por voluntad de Jesús, la figura de
Pedro se va destacando cada día más entre los Apóstoles. Él es quien recibe de
Jesucristo más demostraciones de familiaridad y confianza.
El hecho capital de la vida de
San Pedro es la institución del Primado pontificio. Caminaba Jesús en compañía
de los doce Apóstoles hacia Cesarea de Filipo; de repente les preguntó: «¿Qué
dice de Mí la gente? ¿quién dicen que soy?». Le respondieron: «Unos dicen que
eres Juan Bautista resucitado, otros que eres Elías, o Jeremías o uno de los
profetas». Y Jesús dice: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Entonces, San
Pedro dice con entusiasmo: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo»,
Complacido Jesús de esta respuesta tan pronta, inspirada por el Cielo, dijo a
Pedro: «Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto
la carne o la sangre [es decir, el mundo], sino el Padre celestial».
E inmediatamente le proclama
Cabeza de los Apóstoles y de toda la Iglesia: «Yo te digo, que tú eres Pedro
[piedra], y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno
[esto es, las fuerzas de sus enemigos] jamás prevalecerán contra ella. Y te
daré las llaves del reino de los Cielos: todo lo que ligares en la tierra, será
ligado en el Cielo y todo lo que desatares en la tierra, en el Cielo será
desatado». Pero a pesar de este entusiasmo de Pedro por Jesús, manifestado tan
hermosamente, aquella misma noche cometía un pecado abominable, negando tres
veces al divino Maestro y perjurando que no lo conocía, cuando los soldados y
siervos de la casa de Caifás le señalaban como uno de los doce discípulos. La
causa de aquel pecado fue la presunción, el haberse fiado demasiado de su
valentía.
Jesús le había predicho que antes
de que el gallo cantase dos veces, él le había de negar tres. Y cuando San
Pedro oyó cantar la segunda vez al gallo en la noche callada, se acordó de la
profecía de Jesús y salió fuera, llorando amargamente. El Salvador quiso consolarlo,
apareciéndosele después de su Resurrección y diciéndole que le perdonaba. Todavía
Jesús le dio, más tarde, otra gran prueba de amor confirmándole en el Primado
de la Iglesia.
Poco antes de la Ascensión,
estando en la playa del mar de Galilea y después de otra pesca milagrosa,
preguntó Jesucristo tres veces seguidas a Pedro: «Simón, hijo de Jonás, ¿me
amas más que los otros?». A las dos primeras respuestas afirmativas del
Apóstol, el Salvador respondió: «Apacienta mis corderos». La tercera vez, extrañado
Pedro de la insistencia, contestó: «¡Señor, Tú sabes que yo te amo!». Y le
replicó Jesús: «Apacienta mis ovejas». De este modo el Príncipe de los
Apóstoles quedaba indudablemente investido de la suprema potestad de regir toda
la Iglesia: los fieles, figurados por los corderos; los sacerdotes y obispos,
figurados por las ovejas de Jesús.
A la mañana siguiente de la
Ascensión de Jesucristo, comenzó Pedro a ejercer la dignidad y el oficio de
primer Papa. En el Cenáculo presidió a los discípulos durante aquellos días en
espera del Espíritu Santo. Asimismo, dirigió la elección de San Matías, que
había de ocupar el lugar de Judas en el Colegio Apostólico. El día de
Pentecostés inauguró la predicación del Evangelio, convirtiendo en la misma
Jerusalén a tres mil personas. Al cabo de poco tiempo hizo el primer milagro,
curando a un paralítico, en el nombre de Jesús, a las puertas del templo de
Salomón.
Inmediatamente y en vista del
prodigio se convirtieron cinco mil personas más y pidieron el Bautismo. San Pedro
murió mártir en Roma, de donde fue el primer Obispo durante veinticinco años.
Antes de establecerse en la Ciudad Eterna había regido la iglesia de Antioquía
y hecho numerosos viajes para visitar las diócesis que se iban fundando y
organizar toda la naciente Iglesia. Era el año 67 cuando fueron presos San
Pedro y San Pablo, por orden del emperador Nerón. Ambos fueron conducidos al
suplicio el 29 de junio. San Pablo fue decapitado, mientras que el primer Papa
moría crucificado, cabeza abajo, en el mismo lugar en que hoy se venera su
glorioso sepulcro y se eleva la magnífica Basílica vaticana.
Patrón:
Roma, Iglesia universal, ladrilleros, fundidores de plomo, panaderos,
pescadores, vidrieros, cerrajeros, fundidores, carpinteros, relojeros, contra
la fiebre, dolencias en los pies, de los penitentes y de los que se confiesan.
Oración a San Pedro
Príncipe
de los Apóstoles y de la Iglesia Católica: por aquella obediencia con que a la
primera voz dejaste cuanto tenías en el mundo para seguir a Cristo; por aquella
fe con que creíste y confesaste por Hijo de Dios a tu Maestro; por aquella
humildad con que, viéndole a tus pies, rehusaste que te los lavase; por
aquellas lágrimas con que amargamente lloraste tus negaciones; por aquella
vigilancia con que cuidaste como pastor universal del rebaño que se te había
encomendado; finalmente, por aquella imponderable fortaleza con que diste por
tu Redentor la vida crucificado, te suplico, Apóstol glorioso, por tu actual
sucesor el Vicario de Cristo. Alcánzame que imite del Señor esas virtudes tuyas
con la victoria de todas mis pasiones; y concédeme especialmente el don del
arrepentimiento para que, purificado de toda culpa, goce de tu amable compañía
en la gloria.
Amen.
Oración a San Pedro y
San Pablo
¡Oh
santos apóstoles Pedro y Pablo! Yo os elijo hoy y para siempre por mis
especiales protectores y abogados; y me alegro humildemente tanto con Vos, san
Pedro, príncipe de los Apóstoles, porque sois la piedra sobre la cual edificó
Dios su Iglesia; como con Vos, san Pablo, escogido por Dios para vaso de
elección y predicador de la verdad en todo el mundo. Alcanzadme, os suplico,
una fe viva, una esperanza firme y una caridad perfecta; atención en el orar,
pureza de corazón, recta intención en las obras, diligencia en el cumplimiento
de las obligaciones de mi estado, constancia en los propósitos, resignación a
la voluntad de Dios y perseverancia en la divina gracia hasta la muerte; para
que mediante vuestra intercesión y vuestros méritos gloriosos, pueda vencer las
tentaciones del mundo, del demonio y de la carne, me haga digno de presentarme
ante el supremo y eterno pastor de almas Jesucristo, que con elPadre y el
Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos, para gozarle y amarle
eternamente.
Amén
EDUARDO LUZ
Tarotista, Astrólogo
y Vidente
CONTACTO:
TWITTER, FACEBOOK e INSTAGRAM:
cartasegipcias
Tal
vez te podría interesar:
No hay comentarios:
Publicar un comentario